Recuerdo con simpatía cuando de niño, una compañera de EGB dibujó un calamar a la romana cuando estaba haciendo un dibujo de los animalitos del océano. O cuando mi hermano pequeño no supo pedirle una cebolla a nuestra vecina porque no sabía cómo era una cebolla fuera del que él pensaba que era su hábitat natural: una ensalada. Estos tiernos recuerdos dejaron de ser tan inofensivos cuando me di cuenta de que ponen de manifiesto la alienación que sufrimos y lo despegados que estamos de nuestros orígenes y de la naturaleza.

Es por eso por lo que decidimos hace ya varios años utilizar el privilegio que tenemos de estar en una zona natural para hacer un huerto escolar ecológico. De esta manera enseñar a nuestro alumnado que los alimentos no vienen del supermercado. La tarea no fue fácil, al menos para mí, un urbanita que nunca había trabajado en una huerta. Pero ya se sabe que con ganas (y con internet) todo es posible.

Ahora que nuestro huerto lleva varios años funcionando, tenemos ya claro qué podemos plantar y cómo, tenemos invernadero con riego por goteo y una asignatura específica de Huerto Escolar. Da gusto bajar con los alumnos y alumnas y ver cómo descubren la naturaleza tocándola con sus propias manos.

Para ellos todo es sorprendente y convierten cada pequeña cosa en una fiesta. Remover la tierra para airearla, hacer los caballones, hacer surcos para el riego y cómo plantar, algo tan mágico si se mira con los ojos adecuados. Da gusto ver sus caras de sorpresa y curiosidad cuando una planta empieza a dar su fruto y lo reconocen como eso que les suelen poner en el plato.

Y claro, como todo esfuerzo siempre tiene su recompensa tarde o temprano llega el día de recoger los frutos de todo el esfuerzo, dedicación y mimo que hemos invertido.

Tomates, habas, pimientos, calabacines, brócolis, coles y un largo etcétera llenan de vez en cuando las mochilas de unos niños sonrientes por tan bonita recompensa que han recibido de la tierra. Es el momento de compartir y de ver lo mucho que se consigue trabajando en equipo. Y cómo no de degustar tan exquisitos manjares.

Además, aprendemos de todos esos pequeños acompañantes de la huerta como son los caracoles que, aunque se comen nuestras lechugas, aprendemos a respetar, y en lugar de matarlos, les cambiamos su hogar a otra parte del huerto. Las lombrices, que nos ayudan a fertilizar la tierra, o las temidas arañas, que tienen tanto derecho a usar nuestro huerto como nosotros mismos. Ya sabemos que, si tú las respetas, ellas te respetan a ti.

Para mí, enseñar al alumnado cómo trabajar el huerto se ha convertido en una tarea de lo más gratificante, sobre todo porque la recompensa que recibo por su parte es directa, in situ y pone de manifiesto lo que para mí es realmente el sentido de esta profesión: el poner cada uno su granito de arena para crear un mundo mejor.

Pero la experiencia todavía fue más gratificante cuando involucramos a los más pequeños. En la etapa de Infantil, reprodujimos nuestro huerto en minihuertos para niños y niñas  aprovechando partes de su patio de recreo y cajas de plástico que se convirtieron en microhuertecitos que podían tener dentro de las aulas y en sus casas, donde plantar hortalizas de su tamaño: habas y zanahorias baby, tomates cherry y otro sinfín de plantitas que ellos aprenden a cuidar con esmero, cargados de ilusión y sorpresa. Es mágico el verlos disfrutar, contener el aliento, maravillarse y dar chilliditos de alegría cuando las ven crecer, dar frutos y que ellos pueden recolectar finalmente, guardándolos como un tesoro para llevarlos a casa y que sus papás los vean.

En mi opinión, sería extraordinario que cada uno de nosotros pudiéramos crear uno de esos huertecitos en nuestras casas y compartir con nuestros hijos/as esta fabulosa experiencia dedicándole unos minutos cada día a lo largo de todo el año. Os dejo un sitio web donde investigar cómo crearlo, qué plantar cada época del año y… hacer magia.

Plantea en verde. Huerto Urbano

 

Ximo Casas Hervás

Secondary Tutor

Julio Verne School

Grupo Sorolla Educación

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