Enseñar lengua es genial. Aprenderla apasionante. Es la base del aprendizaje, es un área instrumental, es una competencia fundamental.
La lengua posee vida propia, crece, evoluciona, se transforma y transforma. Y ahí es donde quiero ir a parar. A través de la lengua damos forma a nuestro pensamiento, formamos nuestras ideas y conformamos nuestros valores.
¿Por qué cuando decimos nosotros podemos nombrar a niños y niñas, pero cuando decimos nosotras sólo nombramos niñas? Esta pregunta surge curso tras curso y da paso a explicar la regla del genérico masculino y cómo la lengua se rige por normas que favorecen su simplicidad. Sin embargo, este razonamiento no termina por convencer sobre todo a esa parte del alumnado que se hace preguntas más allá que las que debe responder para obtener una buena calificación en su aprendizaje escolar.
Pero surgen más preguntas. Cuestiones tales como ¿por qué cuando nos referimos a una enumeración de palabras en género masculino y femenino, utilizamos un término masculino para referirnos a ellas?, o ¿por qué cuando decimos los pronombres personales de primera y segunda persona plural y de tercera persona en singular y plural solemos nombrarlos en masculino? o ¿por qué los adjetivos, gentilicios, nombres de profesiones… se usan sólo en femenino cuando es necesaria la concordancia?
Estas y algunas más son dudas curiosas que surgen en las clases de Lengua y que hacen pensar en los quizás poco ingenuos aspectos de la Lengua como su gramática y léxico.
En la medida en que reflexionamos en clase y desde el ámbito familiar, sobre estas reglas del lenguaje, se va observando un uso distinto, un uso más integrado de las palabras en femenino, un uso más creativo del lenguaje, un uso que evita las generalizaciones en masculino. Su práctica favorece una forma sencilla, cotidiana, global y práctica que permite una mayor visibilidad del femenino en la comunicación verbal, bien oral, bien escrita.
Entramos así en un camino donde las palabras, que conforman pensamientos, que forjan ideas, que propician actitudes, que se materializan en acciones, dan pasos firmes hacia una educación en igualdad y una educación por la igualdad.
Acompañando a este trabajo con el lenguaje, de forma paralela, surgen prácticas y actividades de mayor o menor envergadura, que buscan hacer visible, hacer real la enseñanza en y por la igualdad. Actividades, que también se pueden realizar desde el ámbito familiar, tales como: búsqueda en la red de biografías de mujeres que han hecho aportaciones singulares en la historia de la Humanidad; escribir cartas de agradecimiento a mujeres que tienen una significación especial por su entrega, cariño, enseñanzas y apoyo en nuestra vida; realizar encuestas a madres, padres, abuelos y abuelas que recogen sus opiniones sobre la igualdad real entre mujeres y hombres y sacar consecuencias sobre los datos obtenidos; visionar y comentar películas que tratan sobre el esfuerzo por conseguir los deseos que nos apasionan superando los frenos e impedimentos que los estereotipos sociales imponen, como Billy Elliot o Quiero ser como Beckham, ayudan a educar en igualdad.
Muchas actividades que se desarrollan en clase, por sus propias características, buscan la complicidad de las familias, ese diálogo necesario, sin el cual nuestra tarea educativa se quedaría sólo a medias en esa labor transformadora que busca la equidad de hecho y derecho entre mujeres y hombres. Con el convencimiento de que realizarlas y compartirlas ayuda a sensibilizar en la necesidad de una igualdad real que ayude a las nuevas generaciones a no permitir actitudes que ponen en peligro la buena convivencia entre mujeres y hombres, que acepten las individualidades y que generen espíritus independientes, diferentes en la igualdad, libres y solidarios.
Todos/as Nosotr@s educamos en y por la igualdad.
Hoy quiero compartir las palabras de Emma Watson: Igualdad de género ONU (Subtitulado Español)
Presen Perales Cortés
Tutora de Primaria
Colegio Plurilingüe Martí Sorolla