Hoy en día el móvil forma parte de nuestra vida cotidiana. Si nos paramos a pensar, ¿a cuántas personas conocemos que no utilizan el teléfono móvil?, seguro que la respuesta no es muy amplia. Yo, personalmente, tan solo tengo un amigo que no lo utiliza y… ¡sobrevive!
Recientemente hemos escuchado en el telediario la noticia de un padre que ha sido denunciado por violación de la intimidad después de revisar los WhatsApp de su hija de nueve años. La noticia realmente me impactó y me hizo reflexionar profundamente en la relación que se ha creado entre nuestros menores y el teléfono móvil. Entonces, me pregunté, ¿a qué edad decidimos que nuestros hijos e hijas necesitan un móvil?
No hay una edad determinada, pero lo cierto es que cada vez consentimos que lo utilicen a más temprana edad. Cuando un menor, un niño, un bebé utiliza el móvil; el valor de este se va perdiendo, va pasando de ser un objeto de valor a un entretenimiento, otro juguete. Y a través de él, las redes sociales, los videojuegos, las cámaras o las apps han hecho del móvil un juguete cotidiano, con frecuencia en un juguete necesario. No es una cuestión de marcar una edad o dejarnos influir por lo que hagan los demás, en cada caso los responsables familiares deberán tomar la decisión en función de la necesidad real de su uso y el nivel de madurez del menor.
Para los centros educativos, ya sean colegios de primaria, institutos de secundaria, como de universidades, los móviles se han convertido en un quebradero de cabeza, haciendo cruzadas contra ese pequeño “ser” que forma parte de nuestra realidad de cada día. Los profesores explican e informan sobre el uso molesto y distorsionante de estos dispositivos cuando se está trabajando o estudiando, y tienen que llegar a prohibirlos o requisarlos al iniciar la jornada escolar.
Sin embargo, ¿qué hay de educar, de formar? Tal vez el problema sea, como en otros aspectos relacionados con la tecnología, que aún no se haya planteado una ética de uso racional y adecuado de este tipo de dispositivos. Algo que supone incluso una batalla con los adultos y responsables familiares que justifican esta moda con frases como “el móvil es necesario”, “mi hijo necesita el móvil en el colegio por si tiene que avisarme de algo”, que lo único que hacen es fortalecer la dependencia del móvil desde muy temprana edad, sin mayor reflexión desde el punto de vista de valores, de respeto o de uso correcto de los mismos.
Me preguntaba esta mañana, al escuchar la noticia con mi hija, si no nos estamos olvidando de la ley, sí, de la ley. Me cuestiono si no nos estamos olvidando de construir una normativa legal que gestione el uso controlado de estos dispositivos por parte de nuestros menores. A fin de cuenta, si no se utilizan correctamente, si se producen abusos al utilizarlos, la responsabilidad recae sobre los adultos. Si a través de su uso inadecuado nuestros hijos/as son acosados o son objeto de relaciones perniciosas, debería ser nuestra responsabilidad estar atentos y protegerlos. Y, sin embargo, la sentencia que hemos escuchado en las noticias nos deja en una situación de desprotección total. Elimina cualquier posibilidad de supervisión y protección de niños tan pequeños.
¿Qué nos queda entonces? Educarlos, hablar con ellos, concienciarlos, buscar recursos que aseguren la construcción de una ciudadanía digital, de un comportamiento ético de los dispositivos móviles, de seguridad en la red…, pero también en unas normas del buen uso del teléfono móvil basada en los límites, los espacios y las necesidades.
Una normativa en la que deben involucrarse los responsables familiares sin miedo a las pataletas de sus hijos/as. Una normativa o unas leyes que protejan a nuestros hijos/as, pero no frente a la “privacidad” ante la familia, sino frente a los extraños que los pueden estar poniendo en peligro.
Necesitamos todos reflexionar sobre este tema y fomentar un uso responsable, educativo y supervisado de los móviles por parte de los niños y adolescentes, ya que su correcto uso puede ser «muy beneficioso» para desarrollar al máximo su potencial y formar a ciudadanos del siglo XXI en un entorno seguro.
Hay que concienciarlos y educarlos para que los móviles sólo se utilicen con esos fines y permanezcan apagados en los Centros. Y si realmente hace falta una comunicación urgente e importante, seguro que los canales de comunicación de los Colegios son los más adecuados. En cualquier caso, esta realidad supone una transformación inevitable que debemos convertir en aliada, siendo un reto para los adultos.
Olga Navarro
Secondary Teacher